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Análisis y reflexiones de la película
"Cuentos de Tokio" de Yasujiro Ozu y del libro
"El estilo Trascendental" de Paul Schrader



Sinopsis de Cuentos de Tokio:


Un matrimonio anciano, Shukichi y Tomi Hirayama hacen los preparativos para visitar a sus hijos en la gran ciudad, Tokio, una ciudad que ha acelerado el ritmo del tiempo y cuya cadencia inunda de urgencias las agendas de sus habitantes. Los abuelos ven acercarse el final de sus días y desean ver el nuevo lugar de residencia de sus hijos. Siempre vivieron en su pequeño pueblo pesquero de la costa, Onomichi, en donde con esfuerzos constantes criaron a varios hijos e hicieron de todos ellos hombres y mujeres de provecho. Pero el recibimiento por parte de éstos no es nada caluroso y se ven relegados a un segundo plano en la vida familiar. Todos los hijos residen en el urbano Tokio, una ciudad que produce ceguera, aquella que no permite a los hijos obsequiar a sus ancianos padres un buen trato. Una ciudad que acelera el olvido, aquella que incita al entierro de la memoria, el recuerdo de los amores pasados, fraternos. Una ciudad como las que poblamos hoy en día. Los ancianos se sienten despreciados y abandonados por sus propios hijos, aunque no sea la cara que ellos expresan y sólo encuentran algo de cariño y atenciones precisamente en alguien ajeno a la familia, en su nuera Noriko. Los hijos no tienen tiempo para atender a sus padres, por lo que deciden deshacerse de ellos enviándolos a un ruidoso balneario junto a la playa para que “descansen”. Ya no son útiles y no tienen nada que hacer ni que contar. Pertenecen a otra época, al Japón que casi salía del feudalismo. Noriko, la joven viuda de uno de sus hijos fallecido en la guerra, parece ser la única que les muestra afecto, demostrando casi un amor inesperado que siente lástima por los abuelos y les acompaña a menudo en sus paseos y en sus conversaciones, creando un vínculo especial entre los tres. Sin embargo, no parece esta situación un trauma para los abuelos: lo aceptan con tranquilidad y felices, sabiendo que aunque las cosas hayan cambiado, ellos han cumplido con su deber y ahora pueden esperar tranquilos a la muerte. Observan con pausada mirada el mundo frenético de su alrededor, el mundo cambiante que ellos no han conocido, y discuten sobre la vida, sobre sus alegrías y sus tristezas, sobre las decepciones de los humanos a las que Noriko se quiere resistir a toda costa.




Vemos clara la intención de Ozu en cuanto al mensaje del contenido y del continente de su filmografía. La verdad, es que hace falta tener un análisis pormenorizado de la obra de Ozu para poder valorarlo en su justa medida. Con esto no digo que sea un autor difícil de percibir o que tenga un complejo o escaso virtuosismo para captar la atención del espectador, sino que tiene un estilo claramente propio, y desgraciadamente en el mundo en el que vivimos, carente de interés. Interés que desde luego acumulan sus obras, pero estamos acostumbrados desde bien temprana edad y sobretodo la gente de mi generación -que ha nacido con una evolución bastante avanzada en los mass media-, a un tipo de cine mucho más potente visualmente, sin recrearse en los detalles que podrían tacharse de nimios y aburridos para los individuos que puedan atreverse a juzgar el cine de Ozu como he dicho antes, carente de interés.

Es un cine sutil en donde la belleza no está en actores de vanguardia, con hermosos cuerpos y bellos rostros. El componente sexual no es válido ni mucho menos crucial para los tiernos relatos del cineasta. Para nosotros (intentaré no incluirme pues no estoy de acuerdo con esto) la austeridad y el silencio es un error, y esto último sólo sería una virtud si viene acompañada de una intriga, de un suspense en potencia. Ya no interesan los relatos de familia si no están enraizados a componentes sexuales, viscerales, violentos o visualmente atractivos. Parto de la idea que pueden tener mis más cercanas compañías, que con sus más o sus menos intereses cinéfilos, sus “objetividades” en cuanto a estimar con calidad un film y con sus distintos grados de sensibilidad a la hora de apreciar una verdadera joya cinematográfica, la verdadera propuesta para ir al cine y pagar por ver una película, o simplemente la apetencia de descargársela de Internet tiene que tener unas características claras: que sea fácil de entender, legible para cualquier público; que sea entretenida, pues los dramas si no vienen acompañados de una intensa pornografía sentimental no interesan, y aburren. Quieren poder ver en imágenes lo que sus corazones ansían tener en un encuentro amoroso; que sea divertida, ya que la cuestión es pasar el rato, poder llevar a cabo el ritual de comprar palomitas y poder ver una película que no les haga pensar en sus propios problemas; que tenga acción, pues hoy en día son pocas las películas, sobretodo en el cine americano, en donde no haya peleas, violencia o sangre; y que sea sexual, en cuanto a que contenga escenas sexuales, y en cuanto al deseo de poder ir a ver al actor o actriz de turno y recrearse con su belleza física totalmente superficial y banal. 

Es poca la gente que se interesa verdaderamente del cine que está más oculto, de ese cine que no tiene que llevar de acompañamiento necesariamente un nombre reconocido, o una suma de dinero considerable, o un número “equis” de espectadores y salas de proyección o una expansión mundial. Hay verdaderas joyas, que como he dicho, están más ocultas por desgracia, por debajo del cine imperialista que en su mayoría son filmes sin interés alguno (esta vez el interés no es del espectador mediano que lo ve, sino de la objetividad en la calidad de sus guiones, realizaciones etc.), que no aportan nada, vacías, con absurdas tramas, mal realizadas y que estorban a los ojos de los que quieren ver buen cine. No puedo negar el hecho de que me haya dejado llevar por este tipo de películas de vez en cuando, pero a la hora de la verdad, las películas que deseo y ansío ver, que me llenan profundamente, y que me hacen sentir como la persona madura, adulta y culta que creo ser, no son ni mucho menos este tipo de filmes. No es negativo, ni es un crimen ver y disfrutar de estas películas, cada cosa tiene su momento, cada tipo de cine apetece en un momento u otro; lo trágico es limitarse demasiado.

La gente peca de decir que no les gusta ver lo mismo varias veces, pero en cambio no se atreven a ver una filmografía distinta, un autor innovador o un género diferente. Simplemente se limitan a ver una y otra vez la misma historia con directores diferentes, actores diferentes, situaciones semejantes de aquellas repeticiones que considero en su mayoría vulgares y mediocres. Entiendo lejanamente el por qué de no acercarse a conocer las maravillas que nos ofrece el cine, y es el miedo al fracaso ocioso, al miedo de encontrarse con lo tedioso, de creer haber perdido el tiempo estúpidamente, pero en cierto modo, me entristece ver que la gente no quiera esforzarse en ver otro tipo de cine que seguramente les puede sorprender positivamente, entonces, ¿por qué limitarse?, ¿por qué juzgar algo de forma negativa antes de conocerlo?, ¿por qué no darle al menos una oportunidad?.

Podríamos comparar ese cine “molesto” con los programas del corazón que ciegan a multitudes tantas horas en la televisión. La caja tonta aporta un número de horas tan elevado en proporcionarnos basura, que la gente se aferra a la idea de que la diversión es ver a la pandilla de turno hacer el ridículo ganando dinero por ello. Esto es equiparable al cine que nos invade que nos "dicen" que veamos, el que la gente normalmente ve. No valoran realmente el cine por su calidad dramática, simplemente juzgan por lo que están acostumbrados a ver en otras áreas de sus vidas. Si algo les aburre, es que es aburrido, y no meditan si sus objeciones tienen una base que vaya más allá de la cultura cinematográfica -posiblemente limitada generalmente- que han adquirido con el tiempo.

Es triste que tengamos que sentirnos raros (si es que alguien se ha sentido raro, yo, en mi situación, por desgracia es así, pues mi entorno en general, no comparte de igual manera que yo mis inquietudes) aquellos que deseamos ver un cine que sencillamente vale la pena ver. Pero también es verdad, que el haber vivido en la época que he vivido y en el entorno que he vivido, sino es porque un día me planteo lo que realmente me parece hermoso del cine, seguiría la estela del mundo que me rodea, sin apreciación ninguna al verdadero cine cultural.

Aunque siendo sinceros, por haber seguido desde siempre hasta hace unos cuantos años, la norma de ver lo que la gente por lo general ve, y por no haber sido “educada” en cuanto a cultura fílmica (de calidad, relevante en la historia del cine se refiere), no me es posible apreciar a primera vista con facilidad en muchas ocasiones los rasgos embellecedores de los relatos de los cineastas como Ozu.

Poco a poco voy educando mis ojos y mis sentidos en general para poder apreciar las cosas más sencillas del cine que pueden obtener la belleza más plena en un plano posiblemente insignificante. Apreciar que no sólo es la trama, si no como está contada, como está encuadrada, si es verosímil, como es su fotografía, la interpretación, el contexto en el que fue producida… etc.

Cuando digo al principio que para poder apreciar el cine de Ozu, primero hay que analizarlo, no significa que no sea legible, ni que haya que rebuscar en lo más hondo para encontrar algo sustancial; no, es simplemente que, como he dicho anteriormente, mi modus operandi a la hora de ver un film está preñada del intrusismo que he vivido en esta cultura “new-pop” de imágenes banales y de relatos acordes con un estilo de cine poco trascendental, y me es difícil disfrutar en primera instancia de un film como el de Ozu, donde la forma de contar las cosas no es el clásico patrón al que estoy/amos acostumbrada/dos.

Después de haber leído-comprendido-asimilado en qué se rige el cine de Ozu, he podido valorar debidamente sus obras. He disfrutado mucho más de sus imágenes, he comprendido su forma de hacer, he asimilado un tipo de cine que ya está incrustado en mí y me sirve para razonar mejor las cosas y realizar en el futuro posibles obras videográficas. Tengo más referencias, más actitud frente a cosas desconocidas. Siento que puedo enfrentarme a los retos de ver esos filmes “extraños” de aquellos autores que son conocidos por su trascendencia en el cine, pero poco valorados por la gente común (refiriéndome como gente común a las personas que no valoran el arte cinematográfico en su capa más honda).

Desde luego, el cine de Ozu no me ha dejado indiferente. Es verdad que después de haber asimilado los conceptos claves para entender su obra, sigue haciéndoseme extraño el ver a unos actores a veces tan autómatas, o unos planos tan poco cambiantes, y sobretodo esos gestos faciales tan carentes de… me atrevería a llamarlo… carentes de interpretación, de expresión, de naturalidad, y sobretodo al ver las películas en versión original, pues el japonés, no es un idioma al que estemos acostumbrados a oír, y sus actuaciones sean como fueren nos parecen, de momento y hasta ahora, extrañas.

El cine de Ozu está lleno de simbologías que si no eres conocedor de éstas, se encuentran ocultas ante los ojos de los espectadores. Son precisamente esas simbologías las que le dan ese carácter trascendental a su filmografía y a su estilo. Esa forma de hacer como he comentado antes, es la indicadora que nos proporciona que estamos ante un cine poco común, con historias totalmente legibles, pero con ritmos pausados, recreando en cada plano una complejidad armoniosa de objetos que le dan una enorme plasticidad a la totalidad del film. Una forma de hacer que no todos sabríamos hacer, y que por desgracia, pocos logran captar, pues sus visiones están tapiadas por un cine que se lo da todo masticado, y con una única pretensión; vender.

En cuanto al libro de Schrader, estoy de acuerdo en su mayoría cuando analiza el estilo de Ozu como trascendental donde las relevancias de sus guiones austeros, de su estética plagada de símbolos, de sus interpretaciones calmadas y sobrias, en definitiva, de un estilo propio para contar las cosas, pues nos encontramos frente un cine donde la “espiritualidad” del alma se hace corpórea, va más allá de lo que aparentemente dicen, se vislumbran entre líneas aspectos que no están al alcance a primera vista. Pero el misticismo en potencia que plantea Schrader, personalmente llega a ser ciertamente excesivo. He comprendido y he aceptado todo aquello que he leído, pues lo veía evidente al visualizar las películas, pero no creo tampoco que, aunque Ozu, lo tuviera todo medido al milímetro, que su cine se eleve a tal punto de trascendencia que se plantea en el libro. Puede que no haya llegado a ver todos los recovecos que Ozu desarrolla en sus filmes, pero de que se le puede considerar un cine trascendental, estoy de acuerdo, pero insisto, no de la manera tan excelsa como lo expone Paul Schrader. Llegaba en un momento en la lectura que los términos que se exponían como lo cotidiano, la estasis, la acción decisiva entre otros, se me volvían complejos. A pesar de que el libro elegido, me ha parecido excepcional, y he aprendido mucho, la terminología usada, se me hacía pesada, intentando mantener el significado que se daba de cada una de ellas en cada momento, en cada etapa, en cada autor.

Desde luego la película elegida, Cuentos de Tokio, ha sido verdaderamente una elección acertada para hacer un análisis fílmico. Antes de elegir definitivamente un film para analizar, quise antes poder visualizar otras obras de Ozu, para poner en común su estilo. Fue la tercera que vi de su filmografía y a la primera vez no, pero a la segunda revisión me quedé prendada de ella. Recientemente ha fallecido mi abuela materna en unas circunstancias un tanto especiales, y el recuerdo de ella al ver esta película me remitió a la tristeza que sufrí cuando supe que había muerto. Puede que por el hecho de que me motivara de manera significativa esta película por los hechos ocurridos en mi vida, eligiese definitivamente este film para trabajar su composición fílmica.

Independientemente de lo que ocurra en mi vida, este film es merecedor de las mejores críticas, pues es una realidad que se plasma día a día en cada generación que crece en este mundo, no es algo del pasado, sino algo que se renueva constantemente, y ese sentimiento, esa discordia entre pasado/presente, siempre estará vigente.

Reivindico el poder dar a conocer a Yasujiro Ozu como a tantos autores como él "poco conocidos" fuera del sector cinematográfico. ¡Tenemos que luchar a favor del buen cine y que su esencia no se marchite nunca!.



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